Noveno país del mundo en extensión, este vasto territorio es por excelencia la tierra de la estepa. Aquí, las distancias entre cada etapa son tan grandes que a veces resulta difícil convencerse de que no se ha cambiado de país.
No tienen nada en común la nueva capital, Astana, surgida en la estepa con sus edificios firmados por los más grandes arquitectos internacionales, y Almaty, la antigua capital, bulliciosa al pie de las montañas, apegada a su bazar y sus mezquitas.
Tampoco hay nada en común entre Aktau, a orillas del mar Caspio, dedicada por entero a la economía petrolera, y las ciudades del centro y el este, Karaganda y Semeï, que luchan por borrar las huellas de una dolorosa historia reciente de gulags y pruebas nucleares.
En todas partes hay oportunidades para salirse de los caminos trillados y conocer a una población amable y hospitalaria. Esto es Kazajstán: un campo de posibilidades en el que a menudo será el primer viajero hispano en poner el pie.
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