Mágico y a menudo hechizante, Cabo Verde sabe ser encantador y ralentizar el viaje porque cada una de sus islas tiene su propia manera de retener al visitante, lo que multiplica por diez su poder embrujador. Un país, nueve destinos: los amantes del dulce farniente elegirán Sal, el balneario blanco, o incluso Boa Vista, la saharaui; los excursionistas se verán obligados a elegir entre Santo Antão, la (exuberante) salvaje, la (muy) modesta São Nicolau, la volcánica Fogo o, incluso, la discreta Maio; los partidarios de la tranquilidad se decantarán por la inaccesible Brava; mientras que los que buscan un cambio de paisaje africano se orientarán hacia Santiago, la africana.
Puede parecer un Edén perdido en medio del océano, una tierra de contrastes con una naturaleza llena de color y salvaje, pero sus islas, lugares de encuentro y de fusión, siguen siendo duras para muchos de sus habitantes. Es un universo aparte, una sensación de estar lejos del mundo, un destino con paisajes diversos y espectaculares. En Cabo Verde, la luz llena los ojos y la bondad, los corazones.
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